Para nadie es sorpresa toda la evolución que los Arctic Monkeys han tenido desde su primer álbum. Sonidos que iban desde un suave indie rock, hasta un rockcito que hace buen trip para cualquier tipo de momento en tu vida. Hoy la vida nos sonríe pues ya está disponible “The Car”, el nuevo album de Arctic Monkeys. Un material que vamos a tener el gusto de escuchar en el Corona Capital.
Por aquí te hablamos sobre nuestras impresiones.
Tranquility Base Hotel & Casino era una exploración retro-futurista con influencias lounge dignas de los años 60 y 70, podríamos pensar en una especie de regreso a casa con The Car. Tras meses de teasers entre un anuncio de gira, los primeros extractos nos tomaron por sorpresa y anunciaban el panorama general de este séptimo disco, pues parece que los Monkeys abandonaron la misión de salvar el rock como antes. El primer tema del disco se llama There’d Be A Better Mirrorball, y ambienta un escenario muy setentero y muy cinematográfico donde los arreglos barrocos se casan con la interpretación más solemne y lírica que nunca de Alex Turner. Las guitarras vuelven a retroceder en favor del piano y las cuerdas para una atmósfera cinematográfica digna de las mejores películas de James Bond, al igual que los aires un tanto funky de I Ain’t Quite Where I Think I Am y Jet Skis On The Moat, y las notas más agobiantes de Sculptures Of Anything Goes, un poco más sintéticas y poco convincentes. La teatralidad reposa en torno a un Alex Turner que se acerca a la gracia del desaparecido Bowie sin olvidar su pluma nostálgica y contemplativa que se mantiene cautivante en Body Paint, donde guitarras y arreglos se entremezclan para un poco de electricidad, pero también en Hello You, con ritmos ligeramente jazzísticos que elevan un poco el nivel.
En la producción, Arctic Monkeys a veces nos transporta a tierras del spaghetti western dignas de The Last Shadow Puppets, o en épicas o espaciales dignas de su predecesor en Big Ideas. Lo cierto es que está magníficamente bien orquestado de principio a fin, hasta las últimas piezas tipo bossa nova, como Mr. Schwartz, y la grandilocuente Perfect Sense donde sentimos que Alex Turner lucha por encontrar su lugar en el mundo. Al final, The Car tiene algunos toques de despedida, de muerte del cisne, si somos honestos. Hemos visto a Arctic Monkeys evolucionar enormemente en los últimos 15 años. Muy, muy lejos de ser el disco perfecto, The Car es interesante en muchos aspectos pero claramente le falta energía por momentos. Aún así, podemos aplaudir la audacia de Alex Turner, a quien le gusta ponerse en peligro. Al analizar el álbum con un poco más de profundidad, sentimos que los Arctic Monkeys están haciendo balance de sus carreras y se han negado a sonar de la misma forma (Matt Helders le ha dicho a los fans más de una vez que escuchen AM si tanto extrañan ese sonido de los primeros discos), sin importar las consecuencias.
Esta nueva era de los Monkeys rima más con la calma y la voluptuosidad que con el fuego de sus primeros años. Con acentos conmovedores y de jazz, cambiando el zumbido de la guitarra por violines tomados del lirismo, Alex Turner y su banda se reinventan con al menos tanta audacia como talento. Si hace diez años los de Sheffield podían firmar grandes temas musicales capaces de embriagar estadios completos, aquí las melancólicas baladas y violines de The Car atraen a otro nivel de lectura en el oyente, uno que llega al corazón un poco más profundo, con nostalgia cinematográfica retrofuturista y la pluma elegante de Turner, con sus ricas e insondables imágenes.